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Los afectados vascos se duplicarán hasta 1500 para 2023

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Francisco Pérez se pasó toda su vida entre sustancias cancerígenas para sacar a su familia adelante. Pero él lo desconocía. Un cáncer de pulmón se lo llevó por delante el pasado mes de febrero sin que supiera que era uno de los miles de afectados por el amianto y la silicosis en Gipuzkoa. «Mi suegro ha tenido la mala suerte de que un juez le ha declarado como víctima de enfermedad profesional después de fallecer». Con estas palabras explica Óscar García el dolor que siente la familia de este hombre que trabajó durante años en una multinacional de Lasarte-Oria Desgraciadamente Francisco es uno más en esa interminable lista que por lo menos hasta 2030 irá en aumento, ya que el amianto tiene un periodo de latencia entre 20 y 30 años. «Cada día de trabajo era una condena de muerte», aseguran los afectados. Gipuzkoa, tan unida a la siderurgia y a la industria, es uno de los territorios del Estado con más afectados por la inhalación de asbesto -silicato cálcico magnésico que constituye una variedad impura del amianto que se presenta en forma de haces de fibras delgadas, duras y rígidas- sin ninguna protección. Esta sustancia se convierte en peligrosa cuando se rompe y queda flotando por el aire. Según datos del Parlamento Vasco a los que ha tenido acceso este periódico, entre 2009 y 2013 se diagnosticaron 134 casos de mesotelioma pleural en hombres y 15 en mujeres, mientras que para el quinquenio 2019-2023 estiman que ascenderán a 350 en hombres y 37 en mujeres. Desde mediados del siglo pasado la presencia del amianto en las empresas guipuzcoanas ha sido constante e inevitable. Las factorias lo utilizaban por su bajo coste y su alta capacidad de aislar del frío y del calor. Pero no solo la siderurgia ha sido el sector donde se ha utilizado esta sustancia cancerígena prohibida en Euskadi desde 2002. En la construcción, en panaderías, en trenes o en tuberías, incluso en casas construidas durante los años 60-70, con el suelo de sintasol o las uralitas de los tejados. El amianto ha impregnado infinidad de lugares que aún respiramos. El cubo de la ropa sucia también ha sido un foco peligroso, muchas mujeres se han visto afectadas al lavar los buzos de los hombres. Sólo en el País Vasco se estima que alrededor de 25.000 trabajadores de unas 200 empresas -muchas de ellas, ya desaparecidas- han inhalado asbesto sin la más mínima protección en los últimos 30 años. Esa nula protección llevó a Francisco Pérez a la tumba. Si la pérdida de un ser querido es un trago difícil de superar, lo que ha tenido que vencer la familia de este lasartearra ha sido un auténtico camino lleno de espinas. «Realizó trabajos muy duros, siempre impregnado de polvo. En todo momento estaba dispuesto para trabajar, lo daba todo por la empresa», recuerda su yerno. Lo más sangrante de la historia de Francisco no es que haya sido declarado su cáncer de pulmón como enfermedad profesional después de fallecer. Lo que más les duele a sus allegados es que «estando en Michelin tenía detectada la silicosis y en las revisiones anuales que le hacían en la empresa a nadie le importaba. Lo único que hacían era darle la vuelta al informe», denuncia con tristeza Óscar. Desde Asviamie, Asociación de Afectados por el amianto en Euskadi, denuncian que muchas veces los médicos han incitado a los pacientes a no investigar la procedencia de su dolencia «porque no va a servir para nada», subraya Jesus Uzkudun, histórico sindicalista de Comisiones Obreras y extrabajador de una fundición. «Eso es lo que le dijeron a mi suegro», asegura Óscar. «Al final de sus días él no quería mover la situación, pero decidí hacerlo yo. Nos decía no me mareéis». Vivir limitado Hasta ahora Felipe Cuñado ha tenido la suerte que no tuvo Francisco. Vive limitado por culpa de un mesotelioma que obligó a quitarle la mitad del pulmón derecho, pero afronta la vida con vitalidad y optimismo. «Ahora paso una revisión cada dos meses y cuando el médico me dice que todo está bien salgo encantado de la consulta. Pero cuando comienza a acercarse la siguiente revisión, la cabeza comienza a funcionar y lo paso verdaderamente mal. En agosto me toca la siguiente y a mediados de julio ya comenzaré a darle vueltas a la cabeza», confiesa apesadumbrado. Tres décadas pasó Felipe trabajando con el amianto, primero en fundiciones Sarralde, lo que más tarde se convertiría en fundiciones Urretxu, ya desaparecida. «Al cerrar la empresa no teníamos donde recurrir para que nos hicieran las pruebas para detectar si teníamos esa mierda que nos han hecho tragar durante tanto tiempo», explica. Entonces un grupo de trabajadores decidió acudir a Osalan: «Nos hicieron varias pruebas y nos dijeron que íbamos a pasar unas revisiones cada cierto tiempo». Pero llegó la fecha que nunca se le olvidará. El 2 de septiembre de 2014. «Bajé del monte sin notar nada y a la tarde me tocaba revisión», recuerda como si no hubiera pasado el tiempo. «Lo único que me dijo fue tienes cáncer de pulmón». En menos de un mes el equipo médico que le atendió le quitó parte de ese órgano. La de Felipe era una de tantas empresas que tuvieron que cerrar en Euskadi por culpa de la crisis. No tiene a quién reclamar una indemnización por lo que para él la creación de un fondo de compensación supondría ver la luz al final de un túnel demasiado largo. La decisión a principios de semana del Parlamento Vasco de pedir al Congreso de los Diputados la creación de ese fondo es «positiva, ya que muchas empresas pequeñas que se ven en la tesitura de pagar la compensación o seguir con la empresa ya no lo tendrán que hacer. Y nosotros podremos cobrar nuestras indemnizaciones», explica. «Solamente pido que gobernantes y agentes sociales se pongan de acuerdo para crear el fondo». Los abrazos de la nieta La historia de José Félix Casado es muy diferente la de Felipe. Él sí ha tenido una empresa a la que pedir una indemnización. Al igual que su compañero tiene grabada a fuego la fecha en la que comenzaron los síntomas del mesotelioma pleural. «Era un 4 de febrero de 2011», recuerda. «Se me puso un dolor terrible en el costado y comencé a escupir sangre, por lo que decidimos ir inmediatamente al Hospital de Zumarraga». El diagnóstico del médico fue contundente; cáncer de pulmón. Pero no sabían su alcance. Por lo que le tuvieron que someter a varias pruebas: «Me hicieron perrerías», subraya. El nódulo que le encontraron era de dos centímetros por lo que los médicos decidieron operarle de urgencia: «Me dieron tres meses de vida, pero cuatro años después aquí estoy», recuerda con una sonrisa en la boca. Lo más doloroso para este vecino de Lazkao no son las secuelas de la operación. Lo que verdaderamente le rompe el corazón es no poder coger a su nieta en brazos: «Se me cae, no tengo fuerzas», describe con pena. «Ella ya se da cuenta de lo que tengo, en cuanto nos abrazamos enseguida me dice, aitona suéltame». Desde la operación solo mira el lado positivo de la vida, quiere dejar los malos momentos de lado. Aunque ahora pretende luchar por sus compañeros: «Voy a trabajar por resolver todo aquello que nos han hecho y me parece una injusticia». Fuente: www.diariovasco.com http://www.diariovasco.com/gipuzkoa/201506/28/cada-trabajo-saberlo-condena-201506280759.html

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