La historia de Eduardo Salvador Rodríguez no es un caso aislado, podría ser la de los más de 25.000 trabajadores que estarían afectados por inhalación de amianto en Euskadi. Muchos de ellos todavía sin saberlo. La desinformación y dificultad en muchos casos para demostrar que el cáncer o incluso la muerte -se estiman unas 3.000 en el territorio- habrían sido provocados por el contacto con el asbesto, deja a muchos de estos trabajadores en un callejón sin salida y “completamente desamparados”.
Con solo 18 años, Eduardo experimentó su primer contacto con el mundo del ferrocarril y también con el amianto. Entró a trabajar en el antiguo taller de la Casilla de Feve con una plaza de tornero, nave que cerraría solo cinco años después y que obligaría a trasladar a las casi 80 personas que trabajaban ahí a Balmaseda. La reducción de personal durante esos años obligó a que las tareas que realizaban los trabajadores de esta empresa pública fuesen polivalentes. Cortar una chapa, poner el carro de un tren o clavar una junta, “empecé a trabajar con 18 años y me jubilé con 60. Durante cuarenta años estuve haciendo trabajo en exposición continua con el amianto”, explica Eduardo Salvador.
Y es que muchos de los materiales y herramientas que estos trabajadores usaban estaban ‘contaminados’ por este residuo muy resistente al calor y corrosión -por lo que era usado en productos comerciales, como materiales a prueba de fuego y de aislamiento, frenos de automóviles e incluso fachadas y cubiertas-, pero también mortal. Ya que el uso de este material libera fibras pequeñas del mismo que, cuando se inhalan pueden quedar en los pulmones y provocar graves problemas de salud como el cáncer de pulmón.
“Todos tragamos mucho polvo, mucha mierda, mucho amianto…”, insiste Eduardo; que aunque confiesa que “el amianto era cojonudo porque aislaba una pasada”, va más allá y confiesa: “Con él recubríamos tubos de escape, calderas… Y lo hacíamos directamente con la mano, sin ningún tipo de medida. Por aquel entonces no teníamos ni idea de que podía ser malo”. Por aquel entonces este material era la novedad, se usaba en muchas de las fábricas vascas sin saber cuál iba a ser las consecuencias que este iba a tener para la salud de muchos trabajadores.
Muchos son los trabajadores que señalan a las empresas como responsables, asegurando que estas eran plenamente conscientes de los riesgos que existían y pese a eso, “no se tomaron medidas preventivas". Ocho horas al día, recalca Eduardo, “ durante más de cuarenta años en contacto continuo con el amianto y la sílice. Y cuando pedías una mascarilla a la empresa te miraban como un extraterrestre”.
Su argumento es “fundado”: “En el año 2000, a la vez que negaban que estábamos expuestos al amianto en el taller, pidieron voluntarios para hacer un control del mismo. Esto refleja que ellos sabían lo que había. De 50 trabajadores que había en ese momento trabajando en Feve en Balmaseda, solo fuimos 20, que por aquel entonces no estábamos enfermos”, añade.
En 2016, todos los trabajadores de la antigua Feve pasaron a formar parte de Renfe donde les comenzaron a hacer otro tipo de pruebas dentro del protocolo de amianto. La primera para Eduardo, un TAC, ya esbozó el principio de su enfermedad: un nódulo en el pulmón izquierdo. Este pasó rápidamente de cuatro milímetros a diez, medida que los médicos ya ven con preocupación y que hizo que Eduardo acabase en una consulta de Galdakao, en la que le comunicaron que tenía cáncer de pulmón el 21 de diciembre de 2020. “Me dejó planchado porque nadie se había preocupado por nosotros y ya era tarde. El propio médico se sorprendió de que el servicio médico de la empresa nos tuviese olvidados. Lo peor fue pasar las navidades que pasé y pensar que se las había destrozado a mi familia”, indica. El 11 de febrero de 2021, Eduardo fue sometido a una lobectomía superior izquierda con 59 años. Un día antes había estado trabajando.
Tras ocho meses de baja, le fue otorgada la incapacidad total “por enfermedad laboral derivada por amianto”, reconocida, en ese momento, tanto por la Seguridad Social como por la propia empresa. Entidad que, sin embargo, en el juicio celebrado el pasado 26 de octubre negó que el ahora ya jubilado hubiese estado en contacto con el amianto.
El juicio lo ha ganado parcialmente. Reclamaba, en concepto de daños y perjuicios, 317.547,57 euros; cantidad que no le ha sido otorgada porque “para el juez yo ya no tengo cáncer. Lo he tenido pero ya no. Ahora lo que tengo es una incapacidad provocada por el cáncer, las consecuencias de este, la disnea. Por lo que la cantidad que me dan es la establecida para ese tipo de incapacidad. Le sale más barato que se muera alguien, pero claro tienen que morir en activo porque si te has jubilado es más difícil de demostrar que es por la inhalación de amianto”, explica.
Lo que más le ha dolido, confiesa, es que “para la empresa esto no ha tenido ninguna consecuencia. Si es por ella o por su servicio médico, yo ya estaría muerto. Somos unos 40.000 trabajadores en todo el país. Los que van a denunciar a la empresa por trabajar con el amianto son una mínima parte, a ellos no les supone nada. Somos daños colaterales”. A día de hoy, “ellos siguen negando que ese material esté ahí y no toman medidas drásticas. Pero el amianto sigue estando y por supuesto hay cientos de trabajadores en los talleres que corren el peligro de enfermar o que ya están enfermos y no lo saben. Nadie se cree que le puede tocar a él. Compañeros míos han muerto sin saber que probablemente el amianto haya sido la causa”, añade.
Ahora Eduardo Salvador quiere dar voz y poner cara a esta problemática. La suya es una historia con ‘final feliz’ “pero quiero que la gente se mentalice, porque la empresa no lo va a hacer. Hay que obligarla”, y va más allá: “A nosotros nos hicieron el reconocimiento de amianto porque ya lo veían mal, porque ya llevábamos 30 años trabajando y sabían que después de ese periodo es cuando se manifiesta la enfermedad. Pero lo que tiene que hacer es ir controlándolo día a día”.
Aunque admite que desde hace quince años los trabajadores tienen a su disponibilidad guantes y EPIs, “la gente no los usa. El primero que se puso una mascarilla fui yo y porque ya había enfermado de cáncer”. Aparte de eso, “no he visto ningún cambio. No hacen seguimiento, no obligan a poner medidas. El protocolo de amianto, en este caso se hace a partir de una edad y si quieres. Es voluntario y una persona joven está expuesto al material y desinformado”, asegura.
Esto pasa aquí en Euskadi pero talleres de Renfe hay en todo España y su caso no es el único. “Le está pasando a mucha gente en España. La pena es que las sentencias que salen son de gente que se ha muerto”. No hay una cifra oficial de la gente afectada por esta realidad, tampoco la hay de la gente que podría ser beneficiaria del Fondo de Compensación para Víctimas del Amianto, herramienta que a día de hoy está paralizada en el Congreso.
“Todos mis compañeros jubilados y yo estamos ya inscritos en Osalan, la herramienta del Gobierno vasco. Ahora falta que el Congreso de el paso. Lo que no sabemos es si el nuevo fondo va a repercutir a todos los que hemos trabajado con amianto o los afectados por él”, se cuestiona. “Yo creo que este fondo debería ser para todos los trabajadores. Es una cosa que han hecho mal, que continúan haciendo mal. Que lo paguen porque no están haciendo nada para que dentro de unos años no siga saliendo gente enferma o muerta por esta causa”, concluye, “y es porque no les importa…”.
Fuente: www.cronicavasca.elespanol.com
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