Aunque en castellano se le conoce habitualmente como amianto, también se puede llamar asbesto a este grupo de seis minerales fibrosos. Un sustantivo que, en su versión inglesa (asbestos) coincide con el nombre de una pequeña localidad canadiense de poco más de 7.000 habitantes que hizo que durante cerca de un siglo Canadá fuese uno de los mayores exportadores mundiales de este mineral ahora considerado cancerígeno. Fundada a finales del siglo XIX, se eligió este nombre precisamente por estar situada en las cercanías de varias minas de amianto.
Aunque hoy en día –y desde principios de los años 2000– este material está prohibido en la Unión Europea y en muchos otros países desarrollados, durante años el amianto se utilizó ampliamente en el mundo de la construcción para la realización de baldosas y azulejos, productos de papel, de cemento o para recubrir tejados y tuberías.
Todo hasta que se empezaron a encontrar evidencias de que presentaba un peligro para la salud, y es que la inhalación de fibras de asbesto puede conducir a varias afecciones pulmonares graves, como asbestosis –enfermedad que causa fibrosis pulmonar– y cáncer, con una elevada mortalidad.
Una realidad que terminó con el imperio del amianto y que afectó de lleno a la localidad de Asbestos, situada en la provincia canadiense de Quebec. La imponente mina Jeffrey, de dos kilómetros de diámetro, había nutrido las arcas del país norteamericano durante cerca de un siglo, motivo por el que Canadá se resistió a limitar la producción del mineral aun a pesar de las evidencias de su toxicidad.
Y es que no fue hasta el año 2018 cuando el país prohibió el uso de productos que contienen amianto. Este retraso de casi una década con respecto al resto del mundo se debió, en parte, a las presiones de la industria, que creó un clima de intimidación para silenciar a los afectados por el asbesto y evitar así que cientos de personas perdieran su trabajo.
Un nombre manchado
Tras su prohibición en Canadá, el pueblo decidió que había llegado el momento de cambiar su topónimo, ya que todo el mundo lo asociaba con el material cancerígeno y necesitaban enterrar el pasado para poder mantener su economía y que los turistas no saliesen despavoridos al oírlo.
La cadena estadounidense CBS la calificó como «la ciudad más peligrosa de Canadá» y el por entonces alcalde, Hugues Grimard, declaró que un funcionario del ayuntamiento fue a una reunión a EE.UU. y al intentar dar su tarjeta de negocios los asistentes «ni siquiera querían aceptarla».
Por ello, en 2020 Asbestos tomó la decisión de cambiar su nombre para siempre y pasarse a llamar Val-des-Sources –Valle de las Fuentes en francés, idioma oficial de Quebec–, algo que fue ratificado con el 51,5 % de los votos positivos de sus habitantes. Otra de las propuestas barajadas era Phoenix, como la capital del estado estadounidense de Arizona e igual que el ave fénix. Sus impulsores lo argumentaban porque el municipio también iba a resurgir de sus cenizas y recuperarse de las tribulaciones del pasado.
En cualquier caso, se cumplen ahora tres años desde que Val-des-Sources cambiara su nombre y renegase así de un pasado próspero que creó empleo y riqueza en Quebec, pero que también fue responsable de tantas muertes alrededor del mundo debido a la inhalación del material que allí se extraía.
Fuente: www.eldebate.com
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