La historia del uso del amianto en las fábricas modernas se sitúa en los años 60 y 70, cuando era un codiciado material dada su resistencia al calor y su extrema durabilidad. Estas características hicieron que el amianto fuera un material de uso esencial durante la revolución industrial, pues se encontraron un sinfín de productos en los que usarlo haciéndolos aislantes al fuego, químicamente resistentes y más fuertes. Además el amianto era un recurso natural siendo de fácil acceso, lo que hacía que fuera un aditivo ideal exento de altos costes.

Como resultado innumerables empresas utilizaron este material en un sinfín de productos que lo contenían. Un estudio estimó que alrededor de 3.000 productos contenían amianto. Sin embargo por muchos usos que se le haya dado, no hay que olvidar que la presencia de este material en los productos es altamente peligrosa pues sus fibras se pueden liberar y afectar a sus usuarios. Aunque el conocimiento sobre la peligrosidad del amianto se remonta a su uso temprano, no fue hasta el principio del siglo veinte cuando los médicos empezaron a investigar sobre sus efectos y a recoger las enfermedades que se relacionaban con la exposición al amianto, y entre las que se encuentran el mesotelioma y la asbestosis.

No obstante, muchas de las empresas ignoraron a propósito estos descubrimientos o simplemente los ocultaron, permitiendo que sus trabajadores estuvieran en continua exposición y comercializando sin más sus tóxicos productos al público en general. Además los empresarios y ejecutivos demostraron una falta de concienciación hacia sus empleados, algo que permanece como una realidad embarazosa del pasado de nuestra industria, pues claramente valoraron su beneficio por encima de la vida humana.